El verdadero dominio de sí mismo no es mansedumbre de oveja, ni debilidad enfermiza, sino fuerza, valentía, perseverancia. ¿Tienes una triste desilusión? ¿Te aburres? ¿Te han hecho rabiar? No importa; no lo demuestres en tus palabras, en tu comportamiento. Eso es denominarse. Hace ya un cuarto de hora que alguien está molestándote; te gustaría soltar impetuósamente alguna frase dura, una queja violenta; pero te limitas a decir «Haz el favor de no molestarme», o bien «¿Sería tan amable de dejarme en paz». Eso es dominarse.
La impaciencia, en cambio, es síntoma de voluntad débil. Los instintos que se traducen en sentimientos bruscos los vemos también en los animales; pero al hombre le toca inspeccionarlos y dominarlos. Cuanto menor es el niño -obsérvalo bien- tanto más rabiosillo es: se obstina, golpea el suelo, grita; rompe objetos; etc., naturalmente no sabe usar todavía de su entendimiento y voluntad. Cosa contraria debe ser nuestra actitud, corrigiendo y dominando todo lo que sale de nosotros, componiendo la vida, ordenando los pensamientos y palabras, solo así podremos entablar diálogos de respeto y armonía.
¿Te parece si lo intentamos?
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