Cuenta una leyenda japonesa que un comerciante rico hizo un encargo interesante a un dibujante, dibujar a un gallo con la mayor fidelidad posible. Después de ese encargo, el comerciante esperó varios años sin tener ninguna noticia, se cansó de tanto aguardar y fue a ver qué pasaba. No halló trazada ni una línea. En ese instante el dibujante hizo sentar al comerciante, se puso a dibujar y al cuarto de hora lo tenía terminado. Era una obra maestra irreprochable. El comerciante al momento de pagar se quedó espantado al oír una enorme suma, y para contenerle el dibujante con un gesto señaló el montón de papeles que inundaba todo el cuarto, sobrepasaba la altura del hombre, y en cada hoja había un gallo dibujado, y le dijo: estos los dibujé durante tres años, y sólo mediante un largo ejercicio he logrado la destreza de poder hacer en tan breve tiempo y con tanta perfección la que tiene en manos. Ahora pues he de cobrar el precio de mis largos ensayos, y el comerciante pagó la suma pedida.
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